LA ZORRA ENCANTADA Pu Songling Hace muchos años existió un estudiante tan noble como joven llamado Feng Xiangru. Al haber quedado huérfano de madre, vivía con su padre de una forma muy humilde. Iba a por leña al bosque, atendía a las gallinas, se cuidaba de limpiar la casa y preparaba la comida. Además, encontraba las horas suficientes para los libros. No vamos a decir que se considerara feliz, lo que sí tenía es la conciencia muy tranquila. Carecía de enemigos, sobrevivía con muy pocos recursos, lo que no le inquietaba, y podía charlar con su padre o con algunos vecinos. Por otra parte, los estudios le absorbían casi todo el tiempo libre. Otra de las ventajas de su físico, a parte de ser guapo y apuesto, era que sólo necesitaba dormir unas cuatro horas por las noches para sentirse totalmente recuperado. También comía poco y le desagradaba el vino y la cerveza. Cierta noche de luna de llena, mientras estaba realizando unas anotaciones para ayudarse en los estudios, al mirar por una ventana, pudo descubrir una figura femenina que le pareció una alucinación. Cerró los ojos con fuerza, los abrió de nuevo y volvió a contemplar lo mismo. -¿La luna se habrá convertido en mujer? -se pregunto extasiado, al no entrarle en la cabeza que los dioses hubieran podido reunir tantas perfecciones en un rostro y en un cuerpo de mujer. Era una joven alta, de rostro ovalado, ojos almendrados, cejas finas, labios gruesos y rojos, con el cabello largo peinado en lo alto en la cabeza en dos aros sujetos con un lazo, llevaba un quimono de seda bordado de oro y rodeaba sus hombros, hasta caer el suelo, un estrecho chal rojizo. Sin embargo, en su sonrisa se concentraba lo más fascinante de ella. Sintiéndose totalmente enervado, el joven letrado abandonó los libros y la escritura, se levantó y esperó junto a la silla. Se encontraba en una especia de patio, cuando preguntó con un hilo de voz: -¿Quieres entrar? La mujer se retiró de la pared, bajó por una escalera de madera y llegó al lado del joven. -Mi nombre es Feng Xiangru -se presentó-. ¿Puedo conocer el tuyo? -Me llaman Hongyu. Resido en un pueblo cercano. Iba de paseo y he oído el rasgueo de tu pincel al escribir. Como era de noche, me he asomado a comprobar quién era el estudiante tan aplicado. -¿Tan fino tienes el oído que puedes escuchar un sonido que yo no percibo estando más cerca que tú? -inquirió él, bromeando. -Me gusta el silencio. Esta afición me permite captar sonidos que nadie más ha podido escuchar. Pero tú y yo no estamos aquí para hablar de esas cosas... ¿Te han dicho las chicas que eres muy guapo? -No... Oh, deja de hablarme así... -pidió el escribano, algo escandalizado-. Eso lo tendría que haber dicho yo de ti... Porque al verte he creído que la luna había descendido del cielo transformada en mujer.. -¿Tan bella te parezco, Xiangru? -susurró ella con un tono muy sensual. -Nunca creí que una mujer pudiera ser tan perfecta... Me pareces sublime... Temo que si llegase a tocarte, te desvanecerías en la noche. -Estoy muy lejos de ser un fantasma -bromeó la joven misteriosa-. Pero si quieres puedes tocarme ahora mismo... Vamos, atrévete. El letrado lo hizo, y una riada de escalofríos recorrieron todo su cuerpo. Antes de que comenzase a suspirar, ella se levantó, fue a la cocina y volvió con unas tazas de leche de oveja. Los dos bebieron en silencio. A lo lejos, se escuchaba la fuerte respiración del padre de Xiangru, que dormía profundamente. -¿Te quieres casar conmigo, Hongyu? -¡Qué impaciente eres! Permite que sea tu amiga por ahora. Vendré todas las noches, para acompañarte mientras estudias. -No podré hacerlo si tú estas junto a mí. El amor me pone muy nervioso. _Por la falta de costumbre... Tampoco creas que yo he conocido a otros hombres, ya que tú eres el primero que trato con tanto confianza... Con un poco que leas, será como si hubieras estudiado todo el libro. Confía en mí. Se despidieron con un beso en la boca, ligero e inolvidable. Y a partir de aquella noche, el encuentro se repitió durante unos seis meses. Hongyu ayudaba a su joven amigo a lavar la ropa, a coser y a otras faenas domésticas. También hablaban de sus cosas, y se besaban. Pero jamás llegaron más adelante. Se amaban, hasta llegar a considerarse prometidos. Mientras tanto, él había aprendido todos los libros del curso. Esto le permitió conseguir el empleo de escribano de la aldea, lo que en aquellos tiempos de tantos analfabetos, le permitió ver el futuro desahogadamente. Pero todavía no había ganado sus primeras monedas. Como sucede en el cielo, al verse amenazada la luna por los más negros nubarrones, una noche el padre se despertó al escuchar unas risas femeninas. Quizá estuviera indispuesto por algo que había cenado. El hecho es que esta anormalidad dio pie a la tragedia. Llegó al patio y, al ver a la pareja, gritó con toda la cólera del hombre anclado en las más severas tradiciones: -¿Es que nadie te ha enseñado, mujer, que sólo las rameras acuden por las noches a visitar a los solteros? Mi hijo no tiene dinero, ¿qué maliciosas intenciones te han traído hasta aquí? Nada más soltar estas palabras, se dio la vuelta y volvió al rincón de la casa donde dormía. La ofendida estaba llorando cuando se puso de pie. Su prometido la intentó sujetar por una mano; pero ella dijo: -Tiene razón ese anciano... En esta región los jóvenes estáis obligados a solicitar el permiso de vuestros padres para iniciar un noviazgo. Y, más adelante, debéis recurrir a las casamenteras para la boda... Tú no has respetado las costumbres. Pero no merezco sus insultos. Me ha humillado gravemente. Jamás volveré a esta noble casa para hablar de amor contigo. El letrado quiso retenerla; pero ella le dijo asumiendo el papel de una fiel amiga: -Si me amas de verdad debes obedecerme. Fui una loca al hacerte concebir esperanzas de boda, cuando juntos hubiéramos sido muy desgraciados. Como estás en una edad en la que debes casarte, ya que cuentas con un empleo que te permitirá ganar mucho dinero, busca otra mujer. En nuestro cantón hay una chica muy bonita, honesta y fiel. Pide ayuda a una casamentera para formalizar el matrimonio. -Lo expones con la seguridad de que pudiera suceder ahora mismo. ¿Dónde conseguiría el dinero de la dote? -Mañana vendré a visitarte por última vez. Te traeré las monedas suficientes. Antes de que se marchara, él intentó besarla; sin embargo, ella se desplazó hacia un lado para evitarlo, aunque sus ojos estaban proclamando que lo deseaba. Como había prometido, se presentó al empezar a caer la noche. Cuando la luna ya había aparecido. Le entregó cuarenta liang de plata, lo que suponía toda una fortuna, y le aconsejó lo siguiente: -En la aldea de Wu, que se encuentra a cinco mil pasos hacia el este, vive una joven llamada Shuying, que acaba de cumplir dieciocho años. Busca una casamentera, para que ésta entregue la plata a los padres de la elegida. Pronto se convertirá en tu esposa. -¿He de considerarla tu sustituta? -preguntó él, muy serio y sin mirarla. Se encontraba sentado en una silla, dando la espalda a la mesa en la que se hallaba el material de su trabajo. Había estado toda la tarde escribiendo cartas y reclamaciones oficiales para sus vecinos. Textos llenos de amargura, pero ninguno tanto como sentía su corazón. -¡Es mi sustituta, amigo mío! -afirmó Hongyu-. Yo la he elegido para ti. A su lado me terminarás olvidando, porque al oso que se ha encontrado con una enjambre de abejas al ir a robar la miel de un panal, nada le alivia tanto como ver un tazón en su camino lleno de ese dulce que le enloquece. -Si tú lo dices... El letrado se resignó, al menos para permitir que ella se marchara. Pero no la obedeció, por el momento. El trabajo comenzaba a agobiarle, de lo que no se lamentaba al estar obteniendo altos beneficios. Pudo comprarse ropas nuevas y hasta un cubrecabezas con colgantes de tela, que le caían sobre los hombros. Estaba muy elegante, lo apropiado para su título. Pasado un tiempo prudencial, como su padre ya no mencionaba el asunto de la "ramera", decidió buscarla por sus propios medios. Recordando que le había dicho que vivía en un pueblo cercano, los recorrió todos, sin encontrar ningún tipo de ayuda: a las gentes el nombre de Hongyu les resultó totalmente desconocido. Una tarde que volvía a su casa, convencido de que estaba luchando inútilmente, una vieja pastora que iba acompañada de dos cabras, le formuló esta pregunta: -Me han contado lo mucho que has caminado en busca de una joven a la que nadie ha visto. ¿Acaso andas detrás de la encarnación de una zorra7 -No digáis eso, señora. -¿Verdad que sólo te visitaba por la noche y se marcha ba antes del alba? -Sí. ¿Quién os lo ha dicho? -Nadie en particular. Forma parte de las viejas leyendas que se oyen por estas tierras... El letrado era un hombre joven, no había conocido mujer y aún le ardían los besos de Hongyu. Para aliviarse bus có a la casamentera que le podía poner en contacto con la familia Wei. Fue muy bien recibido en aquella casa. Se le sirvió té humeante impregnado de menta y pastelillos de tres gustos diferentes. No había terminado una taza, cuando los servidores le traían otra. Al mismo tiempo, su futuro suegro le miraba con la sonrisa de quien va a comprar por poco dinero el mejor búfalo del mercado. Cumplimentada esta primera fase del ritual de presentación, el joven letrado conoció a su futura suegra. También ésta le recibió con sonrisas y parabienes. De pronto... Detrás de una cortina, tímidamente, apareció una muchacha preciosa, toda vestida de algodón blanco, y que caminaba como quien no desea molestar. El joven Xiangru notó que le brincaba el corazón, porque adivinó que acababa de ver a la joven elegida por Hongyu... ¡Qué afortunado soy!", se dijo, sonriendo. "¡Lo bien que me conocía esa hechicera!" A la hora de la comida, quedó apalabrada la boda. Y su futuro suegro le anunció: -Nada más que recibamos la dote, mandaremos a nuestra hija a tu casa. Ya puedes marcharte tranquilo, pues vas a unirte a una familia que nunca deja de cumplir sus compromisos. Por último se estableció la fecha de la ceremonia nupcial, lo que permitió que el letrado volviera a su hogar muy contento. Y en los próximos días se olvidó de Hongyu, como ella le había anticipado. El día de la boda todos los vecinos de los dos pueblos se hallaban reunidos ante la casa de Xiangru. Una pequena orquesta comenzó a tocar las cometas y los panderos, para anunciar que se aproximaba la familia de los Wei, con la intención de entregar a su hija. Llegaron dos grandes palanquines rojos, de uno de los cuales descendió la novia con la cabeza completamente cubierta, las manos recogidas entre las anchas mangas de su quimono y acompañada de sus damas de honor. Las felicitaciones acompañaron cada uno de aquellos momentos, anunciando que la dicha estaba asegurada. Las risas y la música siguieron a los contrayentes, hasta que se hizo el silencio que exigía el monje taoísta. Una vez finalizada la ceremonia, los nuevos esposos se encerraron en su hogar. No volvieron a ser vistos hasta pasada una semana, ya que era lo establecido por las tradiciones. Puede asegurarse que la pareja se amó serenamente, lo que condujo a que se respetaran muchísimo. Sin tener que establecerlo previamente, dividieron sus actividades de una forma muy sensata, de tal manera que Shuying se cuidó de la casa, incluyendo las atenciones que merecía su suegro, mientras el letrado se encargaba de su trabajo y del control de los gastos a nivel general. Sin embargo, el dinero se fue dejando en una caja, para que los cónyuges lo fueron cogiendo de acuerdo con sus necesidades. Una cuestión por la que nunca.discutieron, ni se vigilaron. Esto trajo consigo que la vida conyugal se desarrollara con la mayor armonía. Pasados dos años, llegó un hijo, al que pusieron el nombre de Fuer, y el sol de la esperanza pareció quedar fijo en el tejado de la casa para siempre. La mesa se hallaba bien servida, se podían atender todas las deudas, había beneficios a final de mes y se iban sustituyendo los muebles y las ropas paulatinamente. Otra de las facetas más importantes, el trato con el anciano padre, no planteaba dificultades, ya que desde el primer día se mostró muy complacido con la presencia de su nuera. Si a todo lo anterior añadimos la existencia del niño, cuyo desarrollo era normal, podemos entender que la atmósfera en la casa permitía hablar de prosperidad. El matrimonio había asistido en sus primeros cuatro años a pocas fiestas del cantón, al limitarse a participar en las de sus pueblos respectivos. Pero como el letrado comenzaba a recibir trabajos de otros lugares, decidió mantener un trato social con sus nuevos clientes. Esto le llevó a celebrar con su familia la Fiesta de la Luz Pura en una ciudad que pocas veces habían visitado. Cuando volvían a su casa a pie, comentando que debían' comprar unos caballos o un pequeno vehículo de un solo tiro, se fueron a tropezar con Song Chao, el hombre más rico de la zona. -Buenas tardes, letrado -saludó el tirano, deteniendo su montura ante el matrimonio, sin importarle la agresividad que estaba mostrando al cerrarles el paso-. Nunca te has dignado visitar mi casa. ¿Es que tienes algo contra mí? -No, señor -contestó Xiangru con el mayor respeto-. Mi campo de actuación se ha desarrollado muy lejos de aquí. Además, no acostumbro a ir donde no se me llama o invita. -Curioso, curioso... -dijo el poderoso con cierto retintín irónico-. La mayoría de los letrados del cantón solicitan mi permiso para que les permita visitarme. ¿Este proceder te parece indigno? -Cada uno se mueve de acuerdo con sus principios. -Al parecer los tuyos son muy dignos... Ya veo que eres bastante afortunado. Vistes bien, tienes un hijo hermoso y... ¿Qué opinaría yo de tu esposa? A pesar de su discreción, irradia más belleza que las estrellas en una noche de verano. En efecto, nunca he visto una mujer tan linda... ¡Todo un tesoro, lo reconozco! Estaba hablando un libidinoso, al que no le importaba la presencia del marido para realizar una exhibición de sus bajas pasiones. Algo que provocó que Xiangru debiera reaccionar con cierta violencia. -Debemos marchamos, señor. ¡No quisiera que se nos hiciera de noche antes de encontrarnos en casa! -De acuerdo, vete en paz... ¡Pero tendrás noticias mías muy pronto! La amenaza de Song Chao quedó en el aire. Nunca como un eco que se iba a perder, sino como una realidad. Dado que la había pronunciado un déspota, que actuaba a su capricho en todo el cantón al tener comprados a los jueces y alguaciles, creyó que su dinero arreglaría las cosas. -Ve a la casa del letrado con estas quinientas monedas de plata, que es el precio que le pago por la venta de su esposa -ordenó a su secretario, de la misma forma que si estuviera comprando ganado. No era la primera vez que realizaba una transacción de esta clase, y siempre se había salido con la suya. Porque en aquellas tierras había mucha pobreza debido a personajes como aquel déspota. Horas más tarde, en el momento que el secretario se atrevió a formular la propuesta de su amo, Xiangru le arrojó la plata a la cara. -¡Dile a ese tirano que si vuelve a ofenderme de esta manera, la próxima vez iré personalmente a demostrarle mi cólera! -gritó el ofendido. -¡Ese gusano merece que alguien lo aplaste! -añadió el anciano padre, blandiendo su bastón-. ¿Cómo ha podido tener la desfachatez de insultarnos de tan vil manera? ¡Mi nuera es una mujer, un ser humano; nunca una mercancía! Cuando el tirano conoció la negativa, junto a las reacciones del marido y el suegro de la bella a la que él deseaba, sufrió tal arrebato de ira, que abofeteó y pateó a su secretario. Seguidamente, se entregó a romper todo lo que tenía a su alcance, pues era la primera vez que alguien se atrevía a negarle un capricho. Pasado algún tiempo, más tranquilo, llamó al jefe de sus criados y le ordenó: -Elige entre los hombres a tu cargo a doce de los más fuertes y despiadados, ármalos con largas varas de bambú y marchad a la casa de ese maldito Xiangru. ¡Quiero que esta misma noche su esposa se encuentre ante mí! Si cumples la misión con éxito, recibirás cien monedas de plata. Pero si volvieras con las manos vacías, te cortaría la cabeza. -¡Tendréis a esa mujer, señoría! -prometió el esbirro. Trece buitres sanguinarios se abatieron sobre el pacífico hogar. Llegaron a caballo, para ganar tiempo. Dejaron las monturas a la entrada de la aldea, no queriendo alertar a las gentes. Y entraron en la casa igual que un vendaval. Cuando Xiangru y su padre intentaron defenderse, las largas varas de bambú ya estaban siendo descargadas sobre ellos sin piedad. Lucharon mientras les quedó el último aliento; pero los enemigos eran demasiados, además de haber contado con el factor sorpresa. -¡Socorro, vecinos! -gritó Shuying enloquecida por la desesperación-. ¡Ayuda... Están matando a mi familia! ¡No, no, bestias... Dejadlos a ellos... Yo iré con vosotros... Por favor, no los hagáis daño ... ! El ataque había sido demasiado rápido y certero. Antes de que las gentes de la aldea pudiesen reaccionar, los buitres ya se encontraban en sus caballos huyendo con la preciada carga que habían raptado. Sólo se consiguió ayudar a los heridos. Sin embargo, nada se pudo hacer para salvar al anciano. Aquella misma noche murió debido a las graves heridas. Sólo quedaba apelar a la Justicia. Nada más enterrar a su padre, Xiangru cogió a su hijo en brazos, alquiló un vehículo tirado por dos caballos y marchó a la ciudad. No tenía mucha confianza en conseguir la respuesta que se merecía; sin embargo, era el único recurso que le quedaba. Su primera reacción fue la de asaltar la mansión de Song Chao; pero tuvo en cuenta que se iba a enfrentar a muchos más enemigos de los que habían invadido su casa. -Tomamos nota de tus graves acusaciones -le dijo el subprefecto-. Pero debes aportar pruebas... Sí, ya veo que tú mismo estás herido. Conoces cómo funcionan las leyes en este cantón. Presenta testigos que hayan visto el ataque... No sé. Eres un letrado. ¿Qué puedo decirte que tú desconozcas? Palabras vacías, disculpas, retrasos, un ir de un despacho a otro... ¡Hasta comprobar que el poder del enemigo era tan grande, que estaba enfrentándose a una muralla infranqueable: el dinero había comprado todas las conciencias! Sin embargo, Xiangru no quiso rendirse. Debía seguir intentándole mientras tuviera fuerzas. Sobre todo porque acababa de recibir otra de esas noticias que marcan la vida de un hombre... Al ser llevada Shuying a la mansión de Song Chao, quedó encerrada en unas habitaciones del cuarto piso del edificio principal. El lugar estaba acondicionado para las concubinas, luego contaba con todo lo que podría desear una mujer frívola, nunca una decente. La noble prisionera no durmió en toda la noche, sin dejar de pensar en su amada familia. Cuando las lágrimas pudieron desaparecer de sus ojos, al convencerse de que debía evitar dar satisfacción a su raptor, intentó encontrar la manera de escapar de allí. Pronto pudo comprobar que las puertas estaban custodiadas por un vigilante armado, las balconadas se hallaban a demasiada altura del suelo para saltar por ellas y no contaba con ninguna posibilidad de fuga. Esperó rezando por los suyos. Confiaba en sus propias fuerzas.-Nunca se había enfrentado a una situación como aq,,Iella; pero no sentía miedo. -Buenos días, mi linda corderita -saludó el libidinoso al entrar en la habitación-. ¿Has dormido bien en tu nueva casa? -¡Quiero salir de aquí, canalla! -exclamó Shuying, haciendo frente a su enemigo-. ¡Soy la esposa de un hombre al que amo! ¡No hay dinero ni poder en el mundo que consiga comprarme! -Eso lo dices ahora. Sólo debo tenerte unos días sin comer ni beber... ¿A que no deseas que tu nuevo marido te haga sufrir tanto? Unicamente debes ser dócil y todo irá de maravilla entre nosotros... ¿Verdad que lo comprendes? -i ¡Nunca le complaceré!! -gritó ella, al mismo tiempo que rompía un florero de barro contra el suelo. El estrépito provocó que el déspota retrocediera impresionado. Pero sólo fue una pequeña muestra de debilidad, que en seguida quiso corregir blandiendo una fusta. -Entonces no me queda otra opción que domarte. Pronto te convertiré de tigresa en una corderita, como a mí me gustan las mujeres tan lindas como tú -dijo Song Chao, caminando hacia su víctima. -¡Ni se le ocurra golpearme! ¡Tampoco quiero que me toque, porque usted me da asco! ¡Nunca he visto un ser tan repugnante! -Pero que cosas más feas me dices. Voy a tener que domesticarte. Primero tu boquita... Los dos se encontraban tan cerca, que ella pudo oler el fétido aliento de aquel monstruo. No tardaría el déspota en descargar la fusta... ¡Antes de que lo pudiera hacer, Shuying saltó por la balconada, para morir sobre un suelo de piedras! Esta fue la grave noticia que acababa de recibir Xiangru, a los cuatro días de producirse la muerte de su esposa. Y ni siquiera le concedieron el derecho a recoger el cadáver, para ofrecerle el entierro digno que se merecía. Compró una daga afilada, se fue a la mansión de Song Chao y... En aquel momento su hijo comenzó a pedirle agua. Era un niño de apenas dos anos, ya andaba, pero nunca largas distancias. Lo llevaba en brazos... ¿Dónde podía dejarlo mientras saltaba la alta tapia y buscaba a su enemigo por una casa llena de servidores armados? Con lágrimas de sangre retenidas en los ojos debió volver a su casa. Antes de subir al vehículo que le esperaba, tiró la daga en un estercolero... ¡Qué indefenso se sentía! Una vez en su casa, preparó la cena para su hijo, y él se conformó con un poco de carne asada, que ni calentó, y un mendrugo de pan. Encendió los candiles y la cocina. Todavía pensaba en el niño. Y acababa de sentarse con éste en las rodillas, cuando escuchó que alguien entraba por la puerta. Giró la cabeza para comprobar quién era, y pudo contemplar a un personaje impresionante: un coloso barbudo, de cejas espesas, ancha frente y ojos grandes, pero tranquilos. Vestía las ropas de un guerrero del siglo pasado: un peto de grueso cuero cubriéndole la parte central del cuerpo, pañuelo rojo anudado al cuello, cinturón del mismo color, una ancha y larga espada envainada, gruesas botas y unos pantalones bombachos. -¿Por qué no has vengado a tu padre y a tu esposa? -preguntó antes de que Xiangru le hubiese hablado. Temiendo el letrado que se encontrara ante otro de los hombres pagados por su enemigo, prefirió no responder claramente. Se limitó a decir: -Esa cuestión a usted no le importa. -¡Ahora me sales con una respuesta débil y desconfiada! ¡Nunca supuse que fueras tan estúpido y cobarde! El soldado hizo intención de marcharse; sin embargo, el letrado ya había comprobado que estaba delante de un hombre que le podía ayudar. Se arrodillo para implorarle: -¡Jamás podré olvidar el inmenso dolor que se me ha causado! ¡He sido deshonrado dos veces... Nunca podré considerarme un hombre mientras siga vivo mi gran enemigo! ¡Os lo suplico, quedaros con mi hijo sólo dos días, para cuidarlo mientras voy a satisfacer mi venganza! ¡Pero si yo muriese, debéis prometerme que lo criaríais como si fuera de vuestra propia carne! El rostro del gigantesco soldado se ablandó. Cogió con sus manos los brazos de Xiangru y le hizo ponerse de pie. Seguidamente, le dijo: A un niño de la edad del vuestro nadie le atiende mejor que su propio padre, sobre todo cuando falta la madre. Quédate con él. Yo me encargaré de consumar la venganza en tu nombre. Ante esta oferta, el letrado volvió a arrodillarse y se prostemó dando con la frente en el suelo, como demostración de lo mucho que valoraba la ayuda que se le prometía. -¿Puedo conocer su nombre, amigo? -preguntó, agradecido. -¿De qué te valdría saberlo? Si fracasara en mi empeño, vendrían a buscarte y serías obligado a pronunciarlo. Pero si cumplo mi promesa, nunca acudiré a pedirte que me lo agradezcas. ¡Los hechos responderán de ahora en adelante a lo que está escrito en el libro de los dioses! La seguridad del soldado convenció a Xiangru de que, en las dos situaciones que podían darse, se hallaría en peligro, ya que las autoridades locales vendrían a detenerle. Por eso escapó hacia las montañas llevando a su hijo en brazos. A esas mismas horas, una ligera neblina cubría la mansión del déspota. Todos sus ocupantes dormían, por eso nadie pudo ver al gigante que estaba saltando las paredes como si sus piernas se hallaran provistas de muelles o avanzaba por los tejados con unas pisadas de gato, a pesar de que su cuerpo era muy corpulento y sus botas estaban provistas de unas suelas de duro cuero. Blandía una espada descomunal y llevaba la barba alzada y la espesas cejas arqueadas. Cuando saltó a la balconada del dormitorio del tirano, no necesitó empujar las puertas para que se abrieran ante su presencia. Llegó a la cama, cogió por los pelos a su víctima y la tiró al suelo. -¡Despierta, hiena, que has de presenciar tu propia muerte con los ojos bien abiertos! -gritó el soldado-. ¡Para que te lleves al infierno el dolor y la humillación que tantos otros han sufrido por tu culpa! Al momento su acero de venganza cercenó el cuello del déspota y, después, atravesó el corazón de la esposa. Para que la muerte diese testimonio de que no existe delito sin castigo, aunque éste deba llegar por una vía sobrenatural. Finalmente, el vengador limpió su espada, la guardó en la vaina, saltó de la balconada a uno de los tejados y desapareció en las tinieblas de la noche. Hasta el amanecer no se descubrió la muerte de los amos. Un suceso que provocó el más espantoso caos, porque allí nadie sabía a quién obedecer. Además, se temía que hubiera más víctimas entre ellos, al considerarse todos culpables de infinidad de delitos. Sólo cuando allí se presentaron los hijos de Song Chao se consiguió restablecer un cierto orden. Al menos para evitar un nuevo ataque. Por la tarde, el mayordomo de la mansión fue encargado de presentar la correspondiente denuncia ante el alto tribunal. El subprefecto empalideció al conocer que el hombre al que se había vendido estaba muerto. Temiendo que él fuese la próxima víctima, ya que no había otro personaje más importante en todo el cantón, preguntó: -¿Quién es el asesino? -Sólo ha podido ser Feng Xiangru, porque su familia y la de mi difunto señor se han odiado desde siempre -mintió quien se hallaba de rodillas junto a dos alguaciles. Aquello era una suposición sin pruebas; no obstante, se consideró suficiente para ordenar la detención de un hombre. Cuando anteriormente nada se había hecho en contra de quien acababa de morir, a pesar de todas las acusaciones presentadas en su contra. Seis alguaciles fueron enviados a la casa del inocente. Pero encontraron la puerta principal cerrada con candado. Esto no impidió que lo rompieran, entraran allí destrozándolo todo y terminaran comprobando que su esfuerzo sólo había servido para incrementar el miedo que arrastraban. En efecto, todos ellos cargaban con la sensación de culpa al haber sido comprados por Song Chao Al atardecer del segundo día de la fuga de Xiangru, los alguaciles habían conseguido dar con su rastro debido a las informaciones de varios cazadores que le habían visto. Portaban teas encendidas. El letrado no estaba solo, pues llevaba en sus brazos a su hijo y, además, cargaba con algunas de sus pertenencias. Demasiados obstáculos para conseguir eludir a la patrulla. Antes de lo que hubiera deseado, se vio rodeado de espadas y atado por el cuerpo, mientras sus manos eran encadenadas a un pequeño cepo. -¡Dejad que me lleve a mi hijo! -suplicó con lágrimas en los ojos-. ¡Si lo abandono quedará a merced de los lobos! ¡Tened un poco de piedad ... ! Ya no le dejaron hablar, al introducirle un trapo en la boca y cubrírsela, después, con otra dura tela. En@ seguida le arrastraron lejos de allí, sin importarles el llanto desgarrador del niño. Al verse ante el tribunal, el letrado se arrodilló implorando justicia. Sabía que no iba a conseguirla, aunque le quedaba una remota esperanza de lograr que su hijo fuera socorrido. -Debéis ayudarme, eminencia... -¡El acusado sólo está autorizado a hablar cuando se le pregunte! -dijo el subprefecto, mientras se sentaba en su silla ante un tapiz que re resentaba el dragón blanco de la Justicia-. ¿Por qué asesinaste al honorable Song y a su digna esposa? -Soy inocente... Según he oído, esos delitos se cometieron por la noche. Yo me encontraba en las montañas. Llevaba un niño en brazos. ¿Cómo pude saltar las tapias que rodean la mansión con esa carga? -De ser cierto lo que dices, ¿por qué huíste a las montañas? -Song Chao había raptado a mi esposa y sus servidores habían matado a mi padre. Supuse que mi vida corría peligro... -Cuando eso sucedió se te vio en esta ciudad. Yo mismo te concedí una entrevista privada. Estabas muy furioso en el momento que te despedí... ¡Lo suficiente para cobrarte venganza! -Entonces se volvió hacía los alguaciles para dictar sentencia-: ¡Podéis conducirlo a la cárcel, donde esperará su ejecución! -Os lo ruego, eminencia, pensad en mi hijo... ¡Mandad que vayan a recogerlo ... ! Su demanda quedó en el aire, sin que nadie quisiera oírla, porque ya estaba siendo llevado a la celda. En ésta le pusieron un cépo en el cuello y le encadenaron las muñecas. Sentado en un mísero camastro invadido de chinches, pensó casi en un sollozo: "Nada me importa la muerte... Pero, ¿por qué no han tenido piedad de un niño inocente? Ya habrá sido pasto de los lobos en esas montañas infemales..." Aquella misma noche, el subprefecto se acostó con el vientre cargado de comida y bebida. Hacía tiempo que había arrinconado la conciencia en el desván, y estaba convencido de que no la necesitaba. Con sus primeros ronquidos pudo tapar el ruido de la ventana de su dormitorio al ser abierta, pero no el batir de los biombos que cubrían un lateral de su cama. Se sentó asustado, y al levantar la cabeza pudo descubrir un puñal clavado en las maderas. -¡Socorro! -gritó aterrorizado-. ¡A mí, alguien quiere matarme! Acudieron los servidores llevando linternas de papiro y pudieron leer el mensaje que estaba unido al puñal: Yo soy el vengador que ha dado muerte a Song Chao y a su mujer. Feng Xiangru es inocente. Si no le ponéis en libertad de inmediato os iré cortando la cabeza a cada uno de vosotros. El Soldado Barbudo El subprefecto seguía aterrorizado cuando decidió que el letrado fuese echado fuera de la cárcel. Nadie discutió aquella orden, porque cualquiera de aquellos corruptos hubiese hecho lo mismo. Así el joven se encontró en su casa solo y desesperado... ¿De qué le había valido estudiar tanto para conseguir un empleo que ya no podría ejercer? Bajo la presión de los poderes civiles de] cantón nadie solicitaría sus servicios. En un arrebato de ira rompió varios libros y golpeó los puños contra la pared. Sin dejar de pensar en su hijo. Cuando logró tranquilizarse, se lavó y se cambió de ropas. Llevando un nuevo quimono, antes de meterse en la cama, escuchó una llamada en la puerta principal. Fue a comprobar quién era, y creyó estar percibiendo las voces de una mujer y de un niño. Abrió con un evidente nerviosismo, para encontrarse bajo el débil resplandor de las estrellas con una dama y un pequeño. No consiguió reconocerlos. -¿Ya has colmado tu sed de venganza, Xiangru? -Yo no los maté -susurró confundido. -¿Te encuentras mejor? -Sí... Pero entrad. En mi casa no se puede perder el sentido de la hospitalidad. Menos en una noche como ésta. Al ver a la mujer dentro de la casa, donde había dos lámparas encendidas, pudo reconocer a Hongyu, su bienhechora de aquellos seis meses inolvidables. La misma que le aconsejó que se casara con Shuying, y a la que su padre llamó "ramera'. Nada más que la tuvo en sus brazos, pudo darse cuenta de que siempre la había amado. Y que al casarse con otra, aunque la quiso sinceramente, lo que había buscado era una sustituta. Los dos lloraron de dicha, hasta que las lágrimas se convirtieron en carcajadas al descubrir él que aquel pequeño era su hijo. -¿Cómo pudiste salvarlo? -preguntó teniendo junto a su cuerpo al tierno Fuer. -Yo me encontraba cerca cuando te apresaron los alguaciles. No podía ayudarte, excepto llevar a tu hijo a un lu gar seguro... -Se quedó callada un instante. Su rostro se ensombreció y, al fin, se decidió a efectuar una confesión que consideraba imprescindible-. No soy una mujer normal, a pesar de que da vivir como tal todo el tiempo que desee. Debes considerarme el espíritu de una zorra... ¿Qué dices ahora? -Has salvado a mi hijo. Si a esto uno que nos amamos seis meses y, luego, me permitiste ser feliz con otra mujer, hasta tener a Fuer, ¿cómo no te voy a seguir adorando? -Gracias por demostrar que eres como yo suponía. Debo añadir que mi hermano es el soldado barbudo que cumplió tu venganza. -Otro motivo para admirarte. Acostaron al pequeño y los dos se quedaron hablando durante el resto de la noche. Tenían tantas cosas que contarte. Al llegar la mañana, Hongyu hizo intención de marcharse. -Mi misión ha concluido -musitó-. Debo volver a la montaña Xiangru la retuvo por los hombros. Algo parecido hizo el niño, que acababa de despertarse, al cogerle de una mano y gritar: -¡No te vayas! Ella se quedó con todas las consecuencias. Preparó el desayuno, limpió la casa, lavó la ropa, siempre ayudada por su amado, y por la tarde anunció: -¡Voy a cuidarme de que nuestra familia prospere de verdad! ¡Pero esto supondrá que deberemos trabajar muy duro! Como primera medida vendió, sus adornos de oro y plata, con los que compró un telar y los necesarios aperos agrícolas. De día la pareja trabajaba la tierra; y por la noche ella tejía bajo la luz de la lámpara. Al cabo de unos meses empezaron a cosechar los frutos de tanto esfuerzo, al poder vender las hortalizas y los tejidos. En vista de que los alguaciles no habían vuelto a la aldea, las gentes perdieron el miedo a negociar con ellos. En un ambiente de cordialidad, no dudaron a la hora de celebrar fiestas, a las que acudían cada vez más invitados. Ni uno solo de ellos dejaba de elogiar las habilidades de Hongyu y su forma tan grata de atender a las visitas. Al cabo de un año, la pareja ya era propietaria de una amplia parcela de terreno, en la pudieron obtener dos cosechas al año. Teniendo a Fuer a su lado, no dejaron de trabajar con la ilusión de quien va a beneficiarse directamente de su propio esfuerzo. Se amaban apasionadamente. Y este fuego no se extinguió hasta el fin de sus vidas, cosa que debió suceder, según mis noticias, cuando los dos habían superado de largo los cien años...