Cuento que te cuento En un importante país cercano a la India reinaba un inteligente y generoso monarca, que sólo pretendía el bienestar de sus súbditos, por eso realizaba los mayores esfuerzos para que fuesen dichosos. En tan loable menester le ayudaba su Gran Visir, al estar considerado como el más honesto y sabio que era posible encontrar en esas tierras. Lo mismo sucedía con los ministros y consejeros de la corte, ya que habían sido elegidos por hallarse dotados de los mejores dones. Así se conseguía que las decisiones gubernativas que se adoptaban resultasen justas, con lo que facilitaban la vida armoniosa del pueblo. En la misma capital de aquel reino venturoso, la hermosa ciudad de las cien pagodas, cuyas agudas torres parecían hacer cosquillas a las nubes o al azul del cielo, se contaba con un millar largo de escuelas, a las que asistían los niños gratuitamente. Para aprender a leer, escribir, manejar los números y conocer los primeros conceptos de la religión. Al haber cinco mil palacios con sus cúpulas doradas, se diría que la pobreza había sido alejada de allí. Resultaba fácil comprobar como el príncipe Faruk, el único hijo del rey, por lo tanto el heredero legítimo del trono, formaba parte de los alumnos que acudían a estas escuelas. Nunca le acompañaban soldados, ni servidores, al no verse amenazado por peligro alguno. El príncipe Faruk aprendió pronto todo lo que se podía enseñar en aquellas escuelas. Esto le permitió ingresar en la Universidad del Saber y la Ciencia, que había sido fundada por su bisabuelo. Allí dictaban sus clases los hombres más sabios del país, lo mismo que en sus bibliotecas se ofrecían los libros que contenían la mayoría de los conocimientos del mundo. Dado que el príncipe era muy inteligente, tardó poco en asimilar todo el saber de sus profesores y el de los libros, hasta de aquellos que ni siquiera habían sido descifrados o traducidos. Gracias a que él conocía los jeroglíficos y los idiomas necesarios. Y al dejar claro que ya no se le podía enseñar nada más, dado que era el más sabio del reino, se consultó a su padre: -¡Salam, magnánimo señor de los creyentes! Estamos aquí para traerte una noticia que colmará de alegría tu corazón de padre y, a la vez, enrojecerá nuestros rostros. El soberano sonrió amablemente a los profesores universitarios, al mismo tiempo que los devolvía la inclinación de cabeza, al considerarlos los hombres más sabios de su reino. Alentado por la generosidad del monarca, el más anciano del grupo prosiguió: -Sabéis que no acostumbramos a excedemos en nuestros elogios, por eso debéis valorar lo que vamos a comunicaras como una verdad objetiva: vuestro hijo Faruk es el alumno más inteligente que ha pisado la Universidad. Y sin que nos importe admitir que nos sentimos ruborizados ante su presencia, te confesamos, gran señor de los cielos y los desiertos, que a pesar de contar quince años, nos ha rebasado a todos en sabiduría. Ya no podemos enseñarle nada. Y diremos más: somos nosotros los que necesitaríamos que 61 nos enseñara muchas de las materias que ha aprendido en estos últimos años. No hay duda de que el rey se mostró muy feliz al escuchar estas noticias. Se tomó un tiempo para decidir lo que correspondía y, al final, preguntó: -¿Qué me aconsejáis para seguir ayudando a mi hijo? -Lo mejor es que hagas venir a otros sabios de países extranjeros. Estamos convencidos de que podrán enseñarle materias que Faruk y nosotros desconocemos. El rey consideró muy acertada esta proposición. Al día siguiente, cien jinetes cabalgaron en los caballos más veloces, para los cuales se hallaban previstos relevos en los puntos estratégicos, en dirección a los cuatro puntos cardinales de la tierra. Todos ellos llevaban encima unos pergaminos, que debían ser entregado a los reyes más poderosos, para que éstos se encargaran de elegir a los mayores sabios que conocieran. A los tres meses, empezaron a ir llegando a la capital los sabios que se necesitaban. Pertenecían a todas las razas: blancos, negros, amarillos, cobrizos, aceitunados, etc. Los primeros en llegar cabalgaban en espléndidos alazanes; los segundos, en camellos de patas largas y oscilante cabeza; los terceros, en cebras de rayas llamativas. También unos cuartos prefirieron las jirafas de cuellos descomunales, así como a unos quintos se les vio a en carretas tiradas por cebúes. Por no mencionar a los sextos, que iban en unos vehículos arrastrados por una docena de mansos leones. En seguida el príncipe Faruk comenzó a estudiar bajo el control de los quinientos sabios traídos por su padre. Pudo leer millares de libros extranjeros. Sin embargo, al cumplir los diecinueve años, todos sus profesores debieron solicitar audiencia real. El monarca los estaba aguardando sentado en su trono de oro, perlas y brillantes. Pidió que se incorporaran quienes se habían postrado de rodillas ante él, y los acogió con una bondadosa sonrisa. Después, el más anciano tomó la palabra como embajador de los demás: -Salam, excelso señor de los imperios. Hemos decidido comunicarte algo que llenara de alegría tu corazón y, al mismo tiempo, nos dejará a nosotros apabullados por la vergüenza. Llevamos en esta hermosa ciudad cuatro años. Para llegar a ella atravesamos desiertos, cordilleras, ríos y mares. Todos portábamos un saber distinto; y al vernos juntos en los salones de la Universidad, consideramos que representábamos todo el conocimiento del mundo. Algo jamás conseguido en la Historia. Estábamos al tanto de que debíamos tratar con un niño que había aprendido de memoria los once mil volúmenes de esta biblioteca. Pero, hemos de reconocerlo, creímos que vuestros profesores exageraban, ya que nunca se ha conocido un portento semejante. A las pocas semanas de tratar con Faruk, pudimos advertir nuestro error, al comprobar que antes de que le expusiéramos una lección, ya la había aprendido, y hasta nos formulaba preguntas que éramos incapaces de responder. En estos cuatro años ha absorbido nuestro saber, ha leído los miles de volúmenes que trajimos, ya que conoce todas las lenguas de la tierra y, desde hace unos meses, ¡oh, rey de las arenas, el agua y el aire!, es tu hijo quien nos enseña a nosotros sobre materias que ni siquiera Imaginábamos que pudieran existir. Además, ha resuelto problemas que siempre se habían considerado de imposible solución. -¿,Me estás queriendo decir que ya no existe nada que se le pueda enseñar? -preguntó el rey, atónito y orgulloso de la genialidad de su hijo. -Por lo menos nosotros no conocemos lo que pueda ignorar. Esto nos obliga a solicitarte que autorices nuestra marcha de tu país, con el fin de divulgar por todo el mundo la prodigiosa inteligencia de tu hijo. El rey dio su consentimiento. Al momento se cuidó de pagarlos generosamente, colmándolos de tesoros; además, entregó a cada sabio un diamante del tamaño de un huevo de paloma. A la mañana siguiente, el príncipe Faruk se despidió de sus profesores extranjeros y cabalgó con ellos hasta la frontera norte del reino. Al mismo tiempo que su hijo se hallaba ausente, el monarca convocó al consejo real, para que le asesorasen respecto al futuro de su hijo. El Gran Visir parecía contar con una repuesta: -Salam, mi señor de las nubes que traen el agua a la tierra sedienta. Todos admiramos los fabulosos conocimientos de tu heredero. Su sabiduría la vemos como un regalo para este país. Aunque nos asalta una preocupación. -¿De qué tipo? -preguntó el soberano. -Te ruego nos disculpes, señor, si nos atrevemos a dudar sobre la sabiduría del príncipe Faruk, cuya ciencia no tiene límites. La preocupación es la siguiente: ¿Encontrará la forma de convertir sus conocimientos teóricos en hechos prácticos? Me explicaré: hasta hoy día se ha enfrentado a unos libros, cuyos problemas ofrecen una solución lógica. Pero en el futuro deberá gobernar un Estado real, imprevisible, y puede tropezarse con fallos que sólo la práctica consigue corregir. En base a esto, hemos pensado que lo más acertado sería que recorriera el mundo, para que fuese observando en vivo todo lo que ha aprendido en teoría. Este viaje no le dañaría, debido a que podría comprobar la solidez de sus conocimientos y, a la vez, conocería esas cosas que, por su trivialidad, no han sido recogidas en los libros. El consejo resultaba tan atinado, que el rey lo consideró aceptable. En seguida recordó que se hallaba en el palacio un embajador de su hermano, que reinaba en un país situado en el centro de las grandes montañas del Himalaya, y no cesaba de pedirle que le enviase a su sobrino, ya que quería comprobar su talento maravilloso. La ocasión no podía ser más ventajosa, pues Faruk podría recorrer Mongolia, China, Japón, Arabia y, si le apetecía, algunas de las naciones europeas. El joven príncipe aplaudió la propuesta de su padre. Y al cabo de dos semanas todos los preparativos ya estaban finalizados. Una gran comitiva acompañaría al heredero hacia el reino de su tío. Faruk lucía sus mejores galas y de su cinturón colgaba un valioso alfanje, cuya empuñadura había sido engarzada con una docena de piedras preciosas. Montaba el mejor alazán del reino. Le acompañaban mil guerreros armados, al tener muy en cuenta que las cordilleras del Himalaya daban forma a infinidad de desfiladeros, muy propicios para los emboscadas organizadas por los más feroces bandidos. Una amenaza que pudieron comprobar al recorrer la primera de aquellas trampas rocosas. Mil salteadores de caminos cayeron sobre ellos. El combate se prolongó durante más de un día. Al anochecer los asaltantes habían sido diezmados, hasta el punto de que sólo trescientos de ellos pudieron escapar hasta sus escondrijos. Como el cabecilla logró salvarse, corrió a reunirse con otro compinche que disponía de dos mil criminales. Y uniendo sus fuerzas, lanzaron el ataque al día siguiente en otro de los desfiladeros. La pelea se alargó dos días completos. Con el amanecer del tercero, se pudo comprobar que los supervivientes de los sanguinarios habían escapado dejando atrás más de mil quinientos cadáveres. Pero allí las fieras humanas nunca se cansaban de aplicar sus dentelladas aunque se quedaran casi sin dientes, pues contaban con quien los ayudaran. Los dos jefecillos derrotados recurrieron a un tercero, tentándole al decirle que la comitiva extranjera iba cargada de tesoros. De esta forma cinco mil homicidas cayeron sobre Faruk y los suyos. No los cogieron por sorpresa, aunque eran demasiados. La lucha se prolongó, sin darse tregua ni por las noches, toda una semana. Los guerreros del sabio príncipe conocían el arte de la guerra, así que hicieron morder el polvo a cuatro bandidos por cada uno de ellos. Claro que era imposible pedirles más, al llevar tanto tiempo enfrentándose a unos feroces enemigos, pues hemos de añadir los otros dos combates anteriores. Lentamente, fueron sucumbiendo uno tras otro. Llegó un momento en que el príncipe Faruk se vio acosado por los bandidos, que le atacaban por todas partes. Había aprendido en los libros las técnicas de la lucha a caballo, y las estaba llevando a la práctica con gran habilidad. Esquivando los alfanjes o las mazas que pretendían derribarle y, a su vez, cortando cabezas o causando heridas mortales. Había tantos cadáveres en el suelo, que debió saltar sobre ellos, sin dejar de luchar. Pero el cansancio le pesaba. Llevaba muchos días realizando un esfuerzo sobrehumano. Era de carne y hueso, nunca inmortal. Cuando sus brazos ya resultaban unas losas imposibles de levantar, una maza le golpeó en la cabeza y le derribó del caballo. Como perdió el sentido, a su atacante sólo le importó el saqueo: le quitó la rica espada y todas las joyas que llevaba encima. Luego le abandonó al darle por muerto, o porque sólo le preocupaba escapar de allí para no repartir el botín con sus compinches. Al amanecer del octavo día, los bandidos dejaron el campo de batalla. Cargaban con un verdadero tesoro; y abandonaron a miles de cadáveres a la voracidad de los buitres. Faruk recobró el sentido bajo los efectos del sol. Se puso en pie sin dificultad, ya que no sufría ninguna herida grave. El daño estaba realmente en su corazón y en su cerebro, al comprobar que casi un millar de sus amigos y compatriotas, todos ellos unos héroes, habían muerto. Ante la imposibilidad de enterrarlos, se puso en camino hacia cualquier parte. Se encontraba en un lugar extraño, luego resultaba imposible orientarse. No disponía de un mapa, ni los libros que había estudiado mencionaban ese desfiladero. Todas sus ropas, unido a la cota de malla y el casco-turbante, habían sido destrozadas. Necesitaba una nueva indumentaria, por eso dio por bueno vestirse con la de uno de los bandidos. Conocía a la perfección todos los idiomas y dialectos del Himalaya, lo que iba a permitirle pasar por un nativo. Recorrió un gran espacio de terreno, entre,riscos, precipicios y torrenteras. Al llegar a una gran altura, el paisaje que pudo descubrir le resultó tan familiar, al recordarlo de un libro, que supo la dirección que debía seguir para llegar al reino de su tío. Mientras tanto, se estaba alimentando con frutos silvestres, raíces y alguna que otra hierba, de acuerdo con la información estudiada. Sabía que no estaba recibiendo los nutrientes imprescindibles; sin embargo, el agotamiento físico, nunca el moral, le llegó muy cerca de las murallas de la ciudad donde reinaba su tío. Al ver que las puertas se hallaban cerradas, se mezcló con los componentes de una caravana. -¿Cuánto tiempo llevas sin comer unos alimentos cocinados, muchacho? -le preguntó un viejo, que sujetaba las bridas de un camello cargado con telas. -He perdido la cuenta. Vengo de las grandes montañas... Creo que las llaman Himalaya... -No te hagas el tonto conmigo. Te vengo observando desde hace media hora. Nos has examinado a todos con ojos de sabio, hasta decidir que yo era quien más te convenía, por eso te has colocado a mi lado. ¡Por Mahoma, nuestro profeta, que has acertado! Te puedo ofrecer un pedazo de pan, carne seca, un puñado de dátiles y agua fresca. -Gracias, noble anciano. Es posible que mi estómago rechace esa comida, porque llevo más de un mes alimentándo- me como las cabras. -Mastica despacio, bebe cada dos bocados y lo soporta- rás. Así lo hizo Faruk. Mientras comprobaba que se estaba dando un banquete, sin que le apareciesen síntomas de rechazo al seguir los consejos del viejo, se atrevió a decir: -Pronto podré corresponder a tu ayuda. Pienso llegar al palacio de mi tío, el cual premiará tu generosidad. -Eso significa que vas disfrazado de montañés, cuando eres alguien muy importante en otro país... Has mencionado el palacio de tu tío... ¿Puedes decirme su nombre? -Creo que antes debo presentarme, porque me estás mirando con una expresión demasiado asustada -comentó el joven sonriendo-. Has de saber que me llamo Faruk, soy el príncipe heredero de un gran reino. Me acompañaba una comitiva de mil guerreros, hasta que nos derrotaron tres ataques sucesivos de los bandidos del Himalaya. A mí me robaron todas las joyas que llevaba encima, junto a una valiosa espada, y me dieron por muerto. Ahora confío que mi tío, el rey de esta nación, me ayude a completar mis conocimientos. -¡Ala sea loado eternamente! -exclamó el anciano con un tono de voz muy bajo-. ¡Has llegado al peor lugar de la tierra! Mucho he oído sobre tu prodigiosa inteligencia, sabio príncipe. ¡Pero esos dones tuyos aquí constituyen una desgracia! ¡Deberás escapar antes de que te apresen, con la sanguinaria inte nción de que tu cabeza adorne la jaula que está colocada encima de la gran puerta de las murallas! El peregrino señaló una jaula de hierro, que ocupaba el lugar por él indicado, en la que se echaban los cráneos de todos los condenados por la justicia. Una macabra forma de escarmentar a otros posibles delincuentes. -¿Acaso mi tío se ha vuelto un monarca despiadado en este año que no le he tratado? ¿No será que mi retraso le ha enfada demasiado? -Eres menos listo de lo que suponía -dijo el anciano-. Si tu tío se encontrara en la ciudad yo no te hablaría con tanto miedo. Ya no reina en estas tierras, pues fue asesinado hace unos veinte días. Le derrocó uno de sus ministros. Un traidor que se había aliado con los bandidos montañeses. Primero se cuidó de sobornar a la guardia real, cuyos jefes asesinaron a tu tío y, en el acto, abrieron esa gran puerta a los invasores. Actualmente, el usurpador te está aguardando, príncipe Faruk, porque conoce tu próxima visita. En el momento que tenga noticias de tu presencia aquí, mandará a sus esbirros que te apresen. Sueña con decapitarte, porque tu cabeza le serviría para atemorizar a tu padre... En efecto, piensa reunir el más poderoso ejército que ha conocido el mundo para invadir tu país. Si consiguiera tu cabeza, después de exhibirla en esa jaula de hierro unas semanas, se la llevaría para cumplir los fines de los que acabo de hablarte... Faruk se notó desolado ante tales noticias. Los libros no le proporcionaban una solución, y debió pedírsela al anciano: -¿Qué me aconsejas, amigo mío? -Lo primero es restablecer tus fuerzas. Para conseguirlo debes vivir en mi casa. Yo soy sastre, no tengo familia y dispongo e mucho espacio. Dentro de unas semanas te hallarás en condiciones de volver a tu país, con el fin de prevenirles del peligro que les amenaza. El príncipe agradeció al anciano la ayuda que le ofrecía. Como ya se había abierto la gran puerta de la ciudad, entraron con los demás visitantes, sin que los centinelas recelarán de que el montañés fuese el sabio Faiuk que se aguardaba. Pasados algunos días, el sastre llamó a su protegido y le dijo muy preocupado: -Debo informarte, ¡oh, príncipe!, que las gentes son muy infelices con el gobierno impuesto por el usurpador. Lejos de la ciudad se encuentra tu primo, el hijo del rey asesinado. Como debes entender, no puede acercarse a la ciudad porque sería reconocido y, al momento, le darían muerte. Esto supone un obstáculo para que organice a los descontentos, que se encuentran dispuestos a sublevarse contra el tirano. Acabo de mantener conversaciones con algunos de los jefes de los rebeldes, y me han pedido encarecidamente que te convenza para que te pongas al frente de todos ellos. De esta manera se conseguiría derrocar a quien nos mantiene esclavizados. Faruk meditó unos minutos la propuesta y, al final, respondió: -No veo inconveniente en aceptar esa responsabilidad; sin embargo, antes desearía encontrarme con mi primo, para abrazarle, llorar la muerte de su padre y asegurarle, luego, que todas nuestras maniobras van a dirigidas a que él terminé sentándose en el trono de este país. -Disponemos de tiempo para que realices esa visita -dijo el anciano-. La rebelión dará comienzo dentro de unos diez días. Pronto irás a ver a tu primo. Claro que antes conviene que salgas al bosque a traer un poco de leña. Yo he contado a los vecinos que eres un familiar mío necesitado de descanso. Ahora que todos te han visto en la casa, debemos simular tu condición de hombre humilde necesitado de trabajar. Esto impedirá que levantemos las sospechas de los espías del usurpador. Te proporcionaré un asno para esa tarea. Por la tarde, el príncipe marchó al bosque tirando de las riendas de un pequeño animal. Tuvo que atravesar la puerta principal. La misma que utilizó al regresar con una carga de leña, que vendió en el mercado. El mismo trabajo lo repitió durante tres jornadas seguidas. Los centinelas dejaron de mirarle con el recelo de su primera aparición, lo que le permitió la oportuna visita a su primo. Porque llevó la misma indumentaria y el asno. Una hábil estratagema. Nada más encontrarse, los dos jóvenes se abrazaron cariñosamente, a pesar de que nunca se habían visto, pero tenían noticias de sus actividades. Lloraron la muerte del buen monarca. Una vez se pusieron de acuerdo en todo lo relacionado con la rebelión, Faruk marchó a entrevistarse con los jefes para concretar los últimos detalles del levantamiento popular A él le correspondería la dirección de las operaciones en el interior de la ciudad; y su primo se reuniría con todos ellos en el momento que fuera conquistada la entrada principal y las murallas. Se despidieron los dos jóvenes príncipes y los jefes rebeldes, para que Faruk volviese a la casa del viejo sastre. Pudo hacerlo porque alguien se había encargado de cargar el asno con ramas y otra leña, para aparentar que había estado en el bosque. También llevaba un hacha en la mano derecha. Durante el camino de regreso, debió pasar por el bosque. No utilizó la ruta habitual, ya que pensaba ganar terreno por un atajo. De repente, le llamó la atención ver un montón de grandes astillas debajo de una gran roca. Como tenían muy buen aspecto, además de que el asno podía llevar más carga, decidió recogerlas. Cuando estaba terminando de llevarse las últimas, comprobó con sorpresa que acababa de dejar al descubierto una enorme losa de mármol provista de una anilla de hierro. Al dominar en 61 más la curiosidad que la prudencia, tiró de la anilla con gran fuerza. Y estaba sudando al encontrarse con el comienzo de una escalera, cuyos peldaños habían sido labrados en unas piedras negras. No pudo resistir la tentación de comprobar que había allí debajo. Llevando en la diestra el hacha de leñador, descendió hasta las entrañas de la tierra. Ante las primeras muestras de humedad, -supuso que se iba a encontrar con un maloliente panteón abandonado. No obstante, pudo comprobar que la claridad iba en aumento a medida que bajaba por los últimos peldaños, al mismo tiempo que olía a incienso y a otros aromas embriagadores. Poco tardó en verse en una estancia repleta de grandes tesoros, compuestos de oro, perlas, piedras preciosas, jade, alabastros e infinidad de objetos tallados o forjados por excelsos artistas. Y él, que había leído bibliotecas enteras, además de ver tantas ilustraciones de cosas maravillosas, quedó extasiado. "¡Esto parece ser el palacio de un genio!", se dijo, sin poder contener su asombro. En varias ocasiones había podido entrar en el alcázar donde se guardaban las riquezas del reino de su padre. Conocía por sus lecturas el valor de las joyas que tenía delante, además de todos los otros objetos. Movido por el interés del experto se detuvo a examinar las porcelanas chinas, tan bellamente esmaltadas que parecían haber sido modeladas con cristales transparentes, las figuras de marfil, las piezas de ébano, un montón de perlas, en una de las cuales un genial miniaturista había dibujado toda la vida de Mahoma, pebeteros repletos de oro, sedas delicadas, armamentos cubiertos de pedrerías y un gran número de otras maravillas. Atónito por lo que estaba contemplando, Faruk terminó fijándose en una espada larga, ancha y de un filo temible, que sólo podía haber sido forjada en Japón. Al empuñarla, advirtió que había mantenido enrollado un pergamino, el cual se extendió al no estar sostenido por el peso del acero. Los caracteres escritos en el pergamino eran nipones. El joven príncipe se sentó para leerlos, ya que conocía el idioma, lo mismo que todos los del mundo. Así pudo enterarse del siguiente lema: Quien empuñe esta espada vencerá a todos sus enemigos por poderosos que sean. Esto suponía que el poseedor del arma japonesa sería invencible. A partir de aquel momento, todos los demás tesoros perdieron su importancia, al comprender el príncipe que disponía del mejor recurso para que la rebelión obtuviese el éxito más completo. Sin embargo, antes de llegar a la escalera, su gran excitación le llevó a cometer el error de tropezar con un talismán saliente, que había estado apoyado en un pequeño altar. Lo hizo caer al suelo, donde se rompió en mil trozos... Súbitamente, pareció como si en la cueva se estuviera produciendo un terremoto en combinación con centenares de relámpagos. Las paredes se derrumbaron, el fuego devoró parte de los tesoros y un humo espeso cubrió de negrura aquel caos. En el momento que finalizó la convulsión subterránea, Faruk se vio frente a un negro de proporciones colosales, el cual blandía un alfanje más grande que el cuerpo del príncipe y que le estaba gritando: -¿Cómo te has atrevido a profanar el reino de mi Señor, miserable mortal? Ya veo que en tu ignorancia, has creído que podías invadir el palacio del más poderoso de los Genios. Acabas de cometer el peor error de tu corta vida... ¡Vas a morir! Nada más proferir su amenaza, el negro alzó el enorme alfanje, dispuesto a descargarlo sobre el príncipe. Y éste sólo debió reaccionar instintivamente, al levantar la espada japonesa con las dos manos. Un arma invencible, por eso detuvo el ataque del coloso y, con la misma acción, levantó en el aire a quien la empuñaba, para que pudiese decapitar a su enemigo... ¡Cortando una cabeza que tenía las proporciones de la de un elefante! Faruk no dispuso de tiempo para felicitarse por su victoria. Había perdido demasiado tiempo. Corrió fuera de la gruta, cogió el asno con la carga de leña, entre la que escondió la espada nipona, y volvió a la ciudad. Llegó en el mismo instante que iba a estallar la rebelión. Al disponer de un arma invencible, se puso en cabeza de aquellos valientes. La mejor forma de convertirse en un ariete, que facilitó el triunfo definitivo en pocas horas, cuando se había calculado que la operación podía durar una semana. Nada más ser ejecutado el usurpador, el primo de Faruk pudo efectuar su entrada triunfal. Ocupó el trono; y su primera decisión fue la de perdonar la vida a todos los enemigos que le jurasen fidelidad. Como eran muchos los que habían seguido al traidor por miedo, salvó a varios cientos de soldados, que le serían fieles para siempre. A las pocos días, el sabio príncipe decidió regresar a su país. No obstante, antes fue a visitar al anciano sastre para agradecerle su ayuda. Llevaba un bolsa llena de oro que pensaba entregarle. -Bienvenido, mi señor -le saludó su amigo-. Antes de que hablemos de nuestras cosas, debo advertirte que te aguarda en una de las habitaciones de mi casa un extraño personaje, que desea entregarte el hacha que perdiste en el bosque. Por cierto, yo no la eché en falta por las prisas en dar comienzo la rebelión. La mente despierta de Faruk comprendió al momento la amenaza. De una forma instintiva buscó la espada invencible, para recordar, otro de sus grandes errores, que se le había regalado a su primo, al estar convencido de que él no iba a necesitarla. "¡La euforia del triunfo me ha perdido!", se dijo, mordiéndose los labios de rabia. Pero nunca había sido de los que se echan atr s, ni siquiera ante la perspectiva de enfrentarse a quien suponía. Y lo tuvo delante. Era un anciano de gran estatura, todo vestido de blanco, igual que ofrecían este color su amplia barba y sus largos cabellos, que cubría con un gran turbante adornado con plumas. Estaba muy serio y en sus ojos se encerraba el frío del hielo. -¿Este hacha es tuya? Faruk jamás había mentido, y en aquella ocasión tampoco lo quiso hacer. -Sí. -Acabas de confesarte culpable de la muerte de mi servidor y del robo de la espada invencible. ¿Estoy exagerando? -No, señor. Eso fue lo que sucedió... En aquel momento, el misterioso personaje lanzó un grito terrorífico, que desencadenó un cataclismo en toda la casa: se abrieron sus tejados como si reventaran, y Faruk se vio proyectado por el aire. Pocos segundos más tarde, se encontró de nuevo en la cueva del Genio... ¡Y delante de 61 volvió a contemplar al hombre que portaba el hacha! -Arrebataste la vida al mejor de mis servidores -repitió quien se estaba atribuyendo el papel de un juez-. También me robaste la espada nipona que convierte en invencible a quien la empuña. Este arma no me será complicado recuperarla; sin embargo, no poseo los poderes necesarios para devolver la vida a los muertos. -Tuve que protegerme. ¡El mío es un caso de defensa propia! -alegó el príncipe con firmeza. -Lo tengo en cuenta -replicó el genio-. Esto te libra de la pena capital, Sin embargo, has de recibir el castigo que mereces. Dado que te dejaste arrastrar por la curiosidad, al invadir mi reino subterráneo, te convertiré en el animal más curioso de la fauna mundial. ¡Tendrás ese aspecto para el resto de tu vida, aunque no perderás la inteligencia, la memoria de lo mucho que has aprendido y todos los sentidos, excepto que no podrás hablar! Al instante, el severo genio cogió de una repisa un frasco de cristal transparente, por lo que se veía el color oscuro del líquido que contenía, y lo vació sobre la cabeza de Faruk. Acompañó esta acción con unas frases mágicas. El sabio príncipe cayó al suelo desvanecido. Pero no perdió el conocimiento, al menos en su inconsciente. Se vio transportado de nuevo por los aires hasta un lugar lejano. Cuando abrió los ojos, se halló en un sitio de lo más insólito: las ramas de un frondoso árbol. Miró a su alrededor y pudo comprobar que se hallaba en un amplio jardín, acaso el de un palacio... ¡De pronto, le sorprendió que la gran altura que le separaba del suelo. no le diese vértigo, cuando antes lo había sentido al asomarse por las almenas o por los ventanales de los altos minaretes! Se agarró a las ramas superiores... Para comprobar que sus manos eran muy peludas, grandes y de dedos largos. A la vez, disponía de una larguísima cola, y... i ¡Era un mono!! En efecto, el genio le había convertido en el más curioso de los animales. Reaccionó en seguida, sin querer perder tiempo en lamentaciones. Sus muchos conocimientos le permitieron saber que un mono se hallaba amenazado por un gran número de fieras, que lo eligen como su alimento. Le convenía defenderse de estos peligros. Sin muchas complicaciones bajó del árbol y se aproximó a un estanque, cuyas aguas tranquilas iban a servirle de espejo. Se examinó atentamente, para valorar su figura en diferentes posiciones. Al menos le quedó la impresión de que no era de los monos más feos que había visto. Esto no evitó que gimiese un poco, ante la perspectiva de tener que llevar aquel cuerpo durante toda su vida... ¿La vida que correspondía a un ser humano o la de un mono? Se encontraba en medio de estas cavilaciones, cuando advirtió la presencia de un hombre. Se dio la vuelta y pudo ver que éste vestía con el lujo de un rey árabe. Obedeciendo a lo que siempre se le había enseñado, realizó tres grandes reverencias: agachando la cabeza, venciendo el cuerpo hacia delante y moviendo el brazo derecho en abanico para dejar la mano sucesivamente en la frente, en la boca y en el pecho. -¡Extraordinario! -reconoció el monarca, asombrado de que en uno de sus paseos rutinarios por sus jardines hubiese encontrado un monito tan respetuoso-. ¿Quién te habrá amaestrado con tanta habilidad para que me dediques unas reverencias sentidas, cuando hace tiempo que las efectúan rutinariamente mis súbditos? Al momento cogió al mono en sus brazos y lo introdujo en el palacio. Allí se encontraba el Gran Visir, al que contó la exhibición que acababa de presenciar, a lo que el otro respondió que debía haber sido algo casual. -Si diera por cierto lo que acabáis de contar, mi Señor -añadió-, debería considerar inteligente a este animal. Como el sabio príncipe se hallaba dispuesto a obtener el mayor partido de la situación, saltó al suelo desde el hombro derecho del monarca y se fue en busca del Gran Visir. Le cogió de los bajos de la túnica, para llevarlo a una mesa de ajedrez. Allí estaban las piezas dispuestas para el comienzo de la partida que todos los días jugaban aquellos dos personajes. Por cierto, el desconfiado pasaba por ser un maestro del tablero de los sesenta y cuatro cuadrados blancos y negros. El rey jamás había conseguido derrotarlo. Faruk se sentó en un cojín y movió uno de los peones blancos, dejando claro que pretendía jugar. El Gran Visir al verlo, se acomodó en su lugar y realizó su primer movimiento. De esta manera comenzó la partida, hasta que el monito estuvo a punto de dar jaque mate a su rival; sin embargo, éste consiguió eludir la maniobra. Algo que sirvió para prolongar el desafío una hora más, en la que se pusieron a prueba las dos inteligencias, hasta que venció la del "irracional". El Gran Visir quedó tan humillado al haber sido derrotado por un mono, a lo que se añadían las risas del rey, que comenzó a maldecir. Mientras tanto, Faruk le dedicaba un sinfín de gestos de disculpa, de perdón y de respeto. Lo que llevó a que el vencido se calmara, mirase al animal y termi' nara por obtener una conclusión muy acertada: -Excelso señor, este animalito que habéis encontrado en el Jardín es demasiado inteligente. No me cabe la menor duda de que debe ser un ser humano, al que se le ha transformado en mono por medio de un encantamiento. Ante esta deducción, sin esperar a que el monarca diese su opinión, Faruk movió afirmativamente la cabeza y hasta lloró desconsoladamente. -¿Lo veis, majestad? i ¡Están brotando lágrimas de sus ojos!! ¿Un mono podría mostrar de esta manera tan racional sus sentimientos? Para consolar al singular animal le trajeron dulces y bebidas. No llamaron a sus servidores, lo que hubiera sido normal, ya que prefirieron ser ellos mismos quienes se cuidaran de atenderlo, pues lo consideraban de su misma categoría. Nada más terminar de alimentarse, Faruk se dirigió brincando donde había visto material de escritorio. Y frente al estupor del Rey y el Gran Visir comenzó a escribir sentado en un almohadón, igual que lo hubiera hecho un niño. Sin embargo, el texto que dejó en el papel reflejaba toda su tragedia, contada de la forma más precisa por medio de la menor cantidad de palabras posibles. -¡Ya no me cabe la menor duda de que es un príncipe transformado en mono! -reconoció el monarca, a punto de sollozar al sentirse tan Conmovido por la historia que acababa de leer-. Le ofreceremos toda la ayuda que necesite. Pronto volverá mi hija de la visita que ha realizado a mi hermana. Ella quizá nos proporcione una solución, ya que,tuvo como profesora a una de las magas más poderosas de Oriente. -Secándose las lágrimas se volvió hacia el monito, al que pidió-: Príncipe Faruk, debes considerarte el huésped más importante de mi palacio. A cambio voy a pedirte consejo en los asuntos de estado. Porque conocemos tu inmensa sabiduría, ya que cuatro de nuestros mayores sabios formaron parte de tus últimos profesores. Así fue como ocurrió. Durante las siguiente semanas, el monarca no dejó de estar acompañado por el mono extraordinario. Su asesoramiento lo ofrecía por escrito, al estar privado de la facultad de hablar, y nadie discutía sus opiniones. El acierto de esta colaboración se pudo apreciar al reconocer el pueblo que el Rey estaba tomando decisiones muy acertadas, especialmente al resolver los litigios más complicados. Así fueron solucionados unos viejos problemas de regadíos, varios enfrentamientos entre ricos herederos, algunos robos y muchos otros conflictos de intereses. Una soleada mañana llegó la princesa Amida, hija del monarca. Su primeros pasos la llevaron a los aposentos del rey, que estaba acompañado por Faruk. No había terminado ella de besar a su padre, cuando gritó: -¿Cómo me recibes teniendo cerca a un hombre desconocido? ¡Pues has de saber que este mono es en realidad un príncipe castigado por un Genio! -Ya lo sé, hija mía -contestó el rey, riendo-. Esperábamos con gran impaciencia tu regreso, convencidos de que podrías ayudar al infeliz Faruk. En aquel instante, el aludido dedicó una graciosa reverencia a la princesa. Pero fue más lejos, ya que no dudó en escribir que nunca en su vida, a pesar de haber visto las pinturas de las grandes bellezas femeninas del mundo, había tenido la suerte de contemplar a una joven tan preciosa. Seguidamente, llevándose la mano derecha al pecho, a la boca y a la frente dejó claro que sus pensamientos, a partir de aquel momento, a ella le pertenecían. -Intentaré ayudarle en todo lo que necesite, padre mío- prometió Amida. Al momento salió de los aposentos reales, para volver llevando en las manos una daga de plata, en cuya hoja aparecían grabadas unas frases misteriosas. Pidió a su padre y al mono que la acompañaran hasta un patio interior del palacio. Allí la princesa trazó en el suelo, con la punta de la daga, un inmenso círculo, en cuyo centro se colocó sola. Totalmente inmóvil, empezó a recitar unas palabras mágicas.,, ¡De repente, se ensombreció el cielo igual que si fuera a desencadenarse una gran tormenta! Una espesa nube se desplomó sobre aquel pequeño recinto, para que de la misma apareciese el genio que había convertido a Faruk en un mono. Sin embargo, de inmediato se transformó en un león sobrecogedor, que avanzó hacia la princesa. Pero el círculo mágico lo detuvo. -¡Bestia inmunda! -exclamó Amida-. ¿Cómo te atreves a desafiarme presentándote bajo este aspecto, cuando debías humillarte ante quien te supera con sus poderes? -¡Lo hago porque estás queriendo traicionar el pacto que establecimos de respetar los encantamientos del otro! Con las últimas palabras, abrió las fauces dispuesto a devorar a su enemiga. Pero ésta le arrancó un pelo de la melena, que convirtió en un hacha, la cual le sirvió para partir al león en dos. Como la cola de la bestia mantuvo la vida, en seguida adquirió las formas de un escorpión. La princesa se convirtió en una serpiente cobra, para entablar una pelea muy desigual. Al verse perdido, el escorpión pasó a ser un gavilán. Esto dio pie a que la princesa se convirtiera en un águila blanca, que voló a la mayor velocidad tras al otro pájaro, hasta que se perdieron entre unas nubes. Pasados unos minutos, el suelo del patio sufrió una convulsión, hasta que brotó el genio de una especie de cráter. Pero lo hizo bajo el aspecto de un gato negro, al que acosaba una pantera del mismo color. El felino más grande cercó a su rival junto a una de las paredes; y lo hubiese devorado, de no haberse transformado en un gusano. En seguida se deslizó para esconderse en una granada, la cual empezó a hincharse, hasta que reventó esparciendo sus granos en todas las direcciones. La reacción de la pantera fue adquirir la figura de un gallo, que se encargó de ir picoteando los granos con la mayor celeridad. Se engulló todos menos uno, que rodando se ocultó en un desagüe que había en el centro del patio. Dado que allí disponía del agua suficiente, el grano se hizo una trucha para escapar hasta las profundidades. Algo que la princesa quiso impedir convirtiéndose en un gran barbo, para nadar detrás del pez más pequeño. Con este proceder lo forzó a saltar fuera del agua, donde se volvió un haz de llamas. Momento ideal para que Amida cobrase las formas de una nube de tormenta, capaz de acorralar al fuego de tal manera que debió buscar refugio entre las piernas del rey y Faruk. Sobre esta zona la nube descargó la suficiente agua para apagar las llamas, con tan mala fortuna que una chispa cayó en un ojo del mono y se lo abrasó. No obstante, el genio había sido aniquilado. Siguió un hondo silencio. La princesa adquirió su forma habitual. Fue en busca de un vaso de agua, pronunció unas mágicas invocaciones, agitó tres veces el recipiente y, al final, echó el líquido sobre la cabeza del mono, a la vez que exclamaba con gran solemnidad: -¡SI siempre ha sido éste tu cuerpo, mantenlo; pero, de ser un hombre de verdad, recupera tu aspecto original! Al momento Faruk dejó de ser un simio, para transformarse en el sabio príncipe, aunque tuerto. Esto no le impidió presentar una atractiva figura. Lleno de agradecimiento, se arrodilló a los pies de la princesa Amida, cuya túnica besó, al mismo tiempo que la pedía que le aceptase como marido. Ella le dio su aprobación. Semanas más tarde contrajeron matrimonio. La luna de miel la festejaron mientras viajaban hasta el país de Faruk. Allí fueron recibidos con todos los honores, al conocerse el comportamiento del príncipe mientras se vio en el interior del cuerpo de un mono. Con los consejos dados a quien ya era su suegro había demostrado que sus grandes conocimientos iban acompañados de una habilidad especial para llevarlos a la práctica en bien de todo el pueblo. Y dado que Faruk unió a su ciencia los poderes mágicos de su esposa, no ha de extrañarnos que los historiadores hayan dejado escrito que no ha existido nunca en la India un reino tan excelentemente gobernado como el suyo.